10/07/2020
ORAR EN TIEMPOS DIFÍCILES

 

Una de las grandes preocupaciones de las personas que quieren avanzar en el camino de la oración es la concentración. En estos tiempos de prisas, ruidos, ajetreos, preocupación por la Pandemia del Coronavirus, nos cuesta hacer oración, y sobre todo sentimos dificultad para hacer ese silencio interior donde Dios tiene grandes deseos de estar con nosotros.

 

Estamos en verano, tal vez el verano más extraño de nuestra vida. Vamos a dejar que Dios se apodere de nosotros y calme nuestra vida, en estos momentos de tanta incertidumbre y preocupación.

 

 

 

En este número os proponemos un ejercicio de vacío interior, esencial para disponer todo nuestro ser para la oración y alcanzar un vacío interior. 

 

 

 

 

 

Muchas de nuestras tensiones son nerviosas, localizadas en los diferentes campos del organismo. La mente (el cerebro) las produce, pero se siente en cualquier parte de nuestro cuerpo. Si logramos parar la mente, aquellas cargas energéticas desaparecen y la persona se siente descansada, sosegada y en paz. Se trata de un ejercicio de relajamiento y de control mental.

 

 

 

En primer lugar tomamos una postura adecuada, cómoda. Nos sentimos como si la cabeza estuviera vacía. Experimentamos que en todo nuestro ser no hay nada (pensamientos, imágenes, emociones…), páralo todo. Te ayudará a conseguir esto el ir repitiendo suavemente nada, nada, nada…

 

Haz esto durante unos treinta segundos. Luego descansa un poco. Después vuelve a repetirlo. Y así, practícalo unas treinta veces.

 

Después de practicar bastante, tienes que sentir que no solamente la cabeza, sino también el cuerpo, todo está vacío, sin corrientes nerviosas, sin tensiones. Sentirás bastante alivio y calma.

 

 

 

         Después cierra los ojos, imagínate estar ante una inmensa pantalla blanca, o un campo nevado, muy nevado, donde apenas hay figuras. Con esto tu mente queda en blanco, sin imágenes, sin pensamientos.  Después abre los ojos y descansa un poco. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         Vuelve a cerrar los ojos, imagina estar ante una pantalla oscura. Permanece en paz. Tu mente quedará a oscuras sin pensar ni imaginar nada, también durante unos treinta segundos o más. Abre los ojos y descansa un poco. Si ves que te interrumpen las distracciones, no te preocupes, vuelve a empezar de nuevo tranquilamente, sin agobio. No olvides aquella frase de san Agustín: “Si tu deseo es oración, ya estás haciendo oración”.

 

 

 

         Después, con gran tranquilidad empieza a decir: ¡Señor, Señor!, y quédate con la atención paralizada y fija en el Seño durante unos quince segundos. Repítelo varias veces.

 

         Con gran serenidad, di en voz suave la palabra paz. Y quédate durante unos quince segundos en completa inmovilidad interior. Te sentirás inundado de paz.

 

 

 

         El control directo se te escapará muchas veces, las facultades intentarán recobrar su independencia y también las imágenes tratarán de perturbar la quietud. No te asustes ni tengas impaciencia. Ten calma y paz. Poco a poco te irás acostumbrando a realizar los ejercicios de relajación y a llenar tu mente y tu corazón de Dios.

 

 

 

         La oración no requiere de muchos discursos ni de muchos caminos lógicos. La oración requiere amor. A través de este ejercicio, te irás llenando de la paz que produce el encuentro con Dios. Un encuentro que es capaz de llenar todas nuestras más profundas aspiraciones y elevarnos a realidades cada vez más elevadas y místicas. La oración es un don de Dios, y como tal, es un regalo. Siempre que pidamos a Dios ese don, El nos lo concede, porque desea que todos sus hijos nos encontremos con él y le amemos cada vez más. Déjate llenar de ese amor de Dios y disfruta de la presencia de Dios.

 

 

 

         La mayor tentación puede ser sentir la incapacidad de llevar a cabo un camino de oración. No decaigas, no te desanimes, ten paciencia y espera. Dios saldrá a tu encuentro cuando menos lo pienses. Persevera y sé fiel. Haz que la oración empiece a ser importante, muy importante en tu vida. Que cobre un gran interés, que no sea una realidad circunstancial o añadida. Sin la oración nuestra fe se debilita. Necesitamos orar para entrar en contacto con el Señor que tanto nos ama.

 

 

 

         Sea cual sea la dificultad que vivimos, el Señor siempre está junto a nosotros y sale a nuestro encuentro incluso en estos tiempos tan difíciles que vivimos.